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Dios transforma de dentro hacia afuera.

La mujer no paraba de reír, de llorar. En un lugar aislado tomaba una taza café, sin acompañante, con ella misma. Se reía de sus andanzas, de sus planes para el futuro, del presente, se reía de que lloraba.


Toda su vida había creído que su mayor satisfacción era “demostrar”. Demostrar que le iba bien, que era preparada, demostrar que sin duda alguna el éxito le acompañaba fielmente. Pero allí estaba, sola, sola con su alegría y sus lágrimas.


De seguro alguna vez nos hemos sentido de la misma manera, solos, desesperanzados, expectantes a la manifestación de un milagro visible que evidencie la gracia de Dios sobre nosotros. Que los demás puedan ver que Dios nos prospera, nos levanta con poder y que nos da abundantemente cosas materiales.


Nicodemo, aún siendo un maestro de la Ley no entendía lo que significaba nacer del agua y del Espíritu, porque su enfoque existencial estaba en las cosas que se ven y no en las que son eternas.


Queremos que el propósito de Dios se cumpla en nuestra vida pero hemos levantado un muro hecho de ego y cubierto de belleza exterior pero dentro nuestro habitan tantos miedos, temores, rechazos, dudas, que Dios quiere sanar en primer lugar.


Cristo vino para que por medio de su salvación pudiéramos entender que el milagro más grande que él puede darnos es la sanidad que obra dentro de nosotros, allí donde se siembra la semilla de la fe, la esperanza y el amor.


Si aún no ves el milagro físico, mira hacia el interior y verás la revolución que está aconteciendo!


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